Andréi Tarkovski es un gran director de cine maltratado por sus admiradores, que en lugar de amar sus películas como los cinéfilos suelen amarlas (es decir, con agradecimiento) las aprovechan para ejercitar la queja y la admonición. Es como si no fuera posible decir algo bueno de Tarkovski sin dejar caer al mismo tiempo un rosario de moralismos berretas, propios de quienes piensan que si el cine pretende un lugar entre las artes debe entregarse a los temas elevados, los diálogos profundos y algún recurso de probado prestigio en los claustros de la elite cultural (la música clásica, el plano secuencia, el pictoricismo, la lentitud)…