En 1966, cuando se me ocurrió meterme con este tema, casi nadie parecía tomárselo en serio. Sólo existían dos o tres libros en inglés y algunos artículos en francés, pero nadie imaginaba que algún día llegaría a merecer bibliotecas enteras.
Se dice que mi libro El sentido de la ciencia ficción (Ed. Columba 1967) fue el primer ensayo sobre literatura de ciencia ficción escrito en español, aunque por supuesto no todos estarán de acuerdo.
Este dudoso primado, que ni siquiera alcanza para figurar en el Guinness, podría justificar la ingenuidad con que un autor muy joven pretendía golpear las puertas del mundo intelectual. Ese mundo era indiferente, cuando no hostil, a esas manifestaciones de la cultura popular urbana que paradójicamente unos años después no dudaría en ensalzar.
En esos tiempos, la gente que leía ciencia ficción en Argentina eran tipos como Juan Salvo o Favalli, los personajes de El Eternauta; en todo caso, gente poco respetable para los árbitros de la cultura. Después supe que entre todos esos lectores anónimos había no sólo ingenieros y técnicos sino psicoanalistas y hasta profesores de latín, pero entonces yo no los conocía.
Pese a que mi enfoque del tema era más filosófico que literario, aspiraba entonces a llamar la atención de los críticos sobre un fenómeno ignorado por la universidad.
En esos años la ciencia ficción parecía haber alcanzado su madurez. Se creía que sólo le faltaba lograr el reconocimiento del lector culto para ser incluida en el canon literario y encaminarse a la extinción, por lo menos en cuanto “género.”
Más adelante, el panorama cambió, y ese fenómeno que entonces todavía necesitaba de apologistas fue conquistando espacios que nunca antes hubiera soñado. Los investigadores no sólo descubrieron a la ciencia ficción, sino a todos los géneros populares, y emprendieron su explotación sistemática, hasta agotar la última gota del asombro que solían provocar. Pero, aunque les concedieron la emancipación, ni siquiera con el discurso posmoderno dejaron de descalificarlos como “subliteratura.”
Transformada en una cantera académica, la ciencia ficción llegó a tener sus historiadores y sus enciclopedistas, sus desabridos papers y sus talleres literarios, sus premios y sus ferias. No llegó a incorporarse al canon, aunque llenó las bases de datos y se encerró en un gueto bien cercado, con el asentimiento tácito de sus moradores.
Mientras esto ocurría, la industria del entretenimiento también descubría al género y comenzaba a apropiarse de sus temas. Pronto, con la ayuda de la tecnología de efectos especiales, logró ponerlo en el centro de un vistoso parque de diversiones.
Crecida en un terreno inculto, donde asomaban los retoños de la utopía y los raigones del mito, la ciencia ficción había nacido como una maleza para acabar sus días en las cocinas de comidas rápidas. Pero por momentos, extrañas y bellas flores habían brotado en medio de su follaje.
Hoy su ciclo parecería haberse cumplido, aunque todavía nadie pueda sentirse con derecho a enterrarla. Lo que nadie puede negar es que la ciencia ficción configuró el imaginario del siglo Veinte. Sin su presencia no se explicaría por qué se ha gastado más en explorar el espacio que en combatir la miseria, o que nos hayamos acostumbrado a creer de modo fatalista que todo lo que se inventa merece ser llevado a la práctica. Para bien o para mal, el mundo en que vivimos es la materialización de sus fantasías.
Veinticinco años después de mi humilde manifiesto, cuando muchos de esos cambios estaban en curso y todavía no abundaban los estudios críticos sobre el tema, tuve la oportunidad de retomar la palabra y escribí en 1991 una nueva versión, con el título El mundo de la ciencia ficción. (Ed. Letra Buena, 1991)
La posmodernidad recién estaba asomando, y había muy poco espacio para tomar distancia. En las páginas de ese libro todavía se hablaba de la URSS, de las computadoras gigantes y de las guerras nucleares. Pero el mundo real se estaba volviendo más fantástico que todo lo que habíamos imaginado, y hasta más absurdo. La ciencia ficción había empezado a colonizar la realidad.
Si en 1966 ya confesaba que me resultaba imposible abarcar todo ese campo en las páginas de un libro, en 1991 me encontré con que ya había crecido de manera exponencial y se estaba proyectando en las direcciones más imprevisibles, hasta desbordar a la literatura.
Como a pesar de todo el libro seguía despertando algún interés, a comienzos del nuevo siglo compuse una nueva versión corregida, aumentada, actualizada y varias veces reescrita. Esta vez con la ayuda del ordenador y la Internet, que en 1967 pertenecían a la ciencia ficción y bien podían haber sido temas del libro. La nueva versión apareció con el título Ciencia ficción. Utopía y Mercado (Editorial Cántaro, 2007).
A esta altura de los tiempos, el campo de la ciencia ficción es tan vasto campo que sería absurdo pretender abarcar en un libro, y el autor ha estado frecuentando otros temas. El lector dispone hoy de innúmeras fuentes de información a las cuales recurrir, si es que estas páginas siguen despertando su curiosidad.
Esta nueva edición reproduce pues el texto de 2007, con las mínimas e imprescindibles revisiones.
Pablo Capanna
2019
Contenido
La utopía y el mercado
Los sueños de la modernidad
El nombre
Sui generis
Genealogía
Los navegantes solitarios
-Papiros, pergaminos e infolios
-Los utopistas
-Los viajes extraordinarios
-El descubrimiento de la Tierra
-Los sueños del Progreso
El siglo Veinte
La science fiction norteamericana
-Orígenes
-La era de los pulps
-La era de Campbell
Mientras tanto, en Europa…
-Gran Bretaña
-Francia
-España
-Italia
-Los soviéticos
La tercera ola
-La hora de las mujeres
-Sangre y silicio
-Mercenarios del espacio
-Globalización
Los mundos improbable
Variaciones y fuga sobre el tema del hombre
Los infiernos utópicos
Espacios y tiempos
Cuestiones disputadas
Taxonomía literaria
-1 Utopía
-2 Ucronía
-3 Anticipación
-4 Subgéneros históricos
-5 Géneros limítrofes
Ciencia & ficción
Las ficciones de la ciencia
El otro lado del realismo
Autores en busca de personaje
Literatura y subliteratura
Los sueños de la Razón
-Los Grandes Antiguos
-El mito Ovni
-La Cienciología
-Los trekkies
El sentido de la ciencia ficción
Mitopóiesis y mitagogia
-Metafísicas y teodiceas
Filosofía de la ciencia ficción
Una mitología conjetural
-1 Capacidad de asombro
–1 Credulidad
-2 Sentido del humor
–2 Sectarismo
-3 Plasticidad ante el cambio
–3 Fatalismo
Apéndice
La ciencia ficción argentina
-“Hombres del Futuro”
-“Más allá”
-Minotauro
-Expansión y repliegue
-El Péndulo
-Supervivencia
Bibliografía
Leer capítulo:
«La utopía y el mercado»
Alexis de Tocqueville (1805-1859), fue uno de los pensadores políticos más originales del siglo XIX, uno de los pocos que supieron entrever las tendencias de fondo que dominarían los debates de los próximos cien años.
Cuando visitó los Estados Unidos, un país que todavía estaba muy lejos de ser una potencia, supo discernir la originalidad del experimento democrático que allí se estaba llevando a cabo. Atento cronista, no se dejó encandilar por sus luces ni dejó de anticipar algunas sombras, pero tuvo la certeza de que allí se prefiguraba el futuro del mundo…
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