La Tecnarquía

Este libro, que se propuso ser una filosofía de la técnica, apareció en España en 1973, precisamente en el año en que la crisis petrolera nos puso en el camino de esa revolución informática que aún seguimos atravesando.
En más de cincuenta años, el mundo y la tecnología han cambiado tanto como para hacer irreconocible aquella problemática. Entonces se hablaba del trabajo, y hoy de la desocupación; se buscaba el conocimiento, y hoy nos conformamos con la información; se soñaba con un futuro utópico, y hoy nos revolcamos en la distopía.
Explicar qué nos pasó hubiera demandado otro libro. Aun así, creo que este texto sigue conservando algún interés aparte del histórico y es por eso que, con las debidas correcciones de estilo, vuelvo a ponerlo en circulación.
(Pablo Capanna, Julio de 2024)

EDICIONES SAMIZDAT, 2024

Contenido

INTRODUCCIÓN:

MEDIO SIGLO DESPUÉS

Hace muchos años, cuando era un estudiante que descubría el mundo de la cultura, me causó una gran impresión ver al gran Jorge Petraglia interpretando La última cinta de Krapp de Samuel Beckett. La obra era el monólogo de un anciano que volvía a escuchar una suerte de diario oral que había ido grabando en cintas magnéticas a lo largo de toda su vida. Por el rostro del actor desfilaban todas las expresiones que le despertaba escuchar su propia voz juvenil y pasaba del alborozo de reencontrarse con sus momentos felices al fastidio de tener que enfrentarse con sus errores.

Volví a recordarlo recientemente cuando un editor pensó incluir este libro de 1973 en una colección de obras mías, a pesar de que su problemática había envejecido al compás de las revoluciones tecnológicas. La colección no llegó a completarse, pero me sirvió de ocasión para revisar el texto, lo cual me hizo sentir como una suerte de Krapp.

La Tecnarquía fue escrito hace más de medio siglo, en un mundo que hoy parecería ser aún más remoto. Entonces no había ordenadores, móviles, ADN. biotecnología, Internet ni videoconferencias. Los libros estaban en las bibliotecas y uno tenía que aguardar meses hasta dar con alguno de ellos, si es que lo conseguía. El mundo estaba dividido en dos bandos irreconciliables y todos temíamos que llegaran a usar sus tremendas armas, porque eso hubiera sido el fin del mundo. Aun así, en todas partes hervían los fermentos utópicos y creíamos que era inminente un cambio de civilización.

El mismo año en que el libro se publicó, estalló la gran crisis petrolera del ‘73, esa que generó los petrodólares, los cuales transformaron la economía mundial, que despertó el interés por la electrónica, que nos llevó al auge de las comunicaciones, que desembocó en la globalización, etc. En esos días los descifradores del código genético acababan de merecer el Nobel, pero pocos se daban cuenta de qué importancia tenía eso.

Pasaron muchos años, y nuestra actitud hacia la técnica pasó de superar el recelo que entonces inspiraba a esa suerte de tecnolatría que hoy nos caracteriza. Si entonces temíamos que la técnica nos deshumanizara, hoy confiamos en que ella puede resolver todos los problemas, incluidos los que ella misma crea.

El trabajo, que entonces aún veíamos como uno de los ejes de una existencia plena, no ha hecho más que retroceder, y día a día pierde terreno frente a unas máquinas inteligentes e incansables. De preocuparnos por “humanizar el trabajo” hemos visto crecer un destino de exclusión que lejos de liberarnos de la necesidad nos hace naufragar en una subsistencia sin desafíos ni objetivos.

El ocio, que entonces saludábamos como un espacio abierto a la creatividad ha terminado por agotarse en el espectáculo perpetuo o la adicción adormecedora.

El progresivo avance de las prótesis intelectuales como el browser, la IA y su infinita disponibilidad de información ha acabado de convertir la apasionante persecución de la verdad en un mero ensamblaje de datos, del cual pronto también se harán cargo los robots.

Actualizar todo eso hubiese significado escribir un nuevo libro, que no por eso dejaría de llegar tarde. De hecho, ya había tenido un espacio donde dar cuenta de las radicales mutaciones que ha experimentado nuestra visión del mundo en la última parte de mi libro Natura (2016), así como en Maquinaciones (2011), Simulaciones (2021) y Relaciones (2023).

Emprender la tarea de una nueva síntesis va más allá de las fuerzas de un autor que aún no se resigna a escuchar cintas grabadas, pero transita el último tramo de la su vida. Voces más sensatas que la mía aconsejaban dar este libro por perimido, pero otros tenían curiosidad por conocerlo. Con todo, creo que todavía es capaz de decir algo, y que lo que ha perdido en actualidad puede haberlo ganado en interés histórico, pero no quiero fastidiar al lector con un discurso anacrónico. Por eso he decidido someter el libro a una drástica revisión de estilo, suprimiendo frases pomposas, citas superfluas y pedanterías gratuitas. Tuve que cambiar el texto de las conclusiones, sin alterar el espíritu con que fueron escritas, pero dándoles una formulación más inteligible. Espero que toda esa poda haya servido para rescatar lo que merece ser rescatado.

Buenos Aires, agosto 2023

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