(El Señor de la Tarde. Capítulo 1)
Cada hombre es un Lear, un Otelo,
Cordwainer Smith, Prólogo a You Will Never Be The Same
una Desdémona, un Próspero, un Calibán,
más asombroso que un cohete a la Luna o que un huracán tropical.
El trabajo del escritor consiste en apresar todas esas maravillas
y dejar que el lector vea la Humanidad que hay en él.
Si este libro fuera una novela de espionaje, una biografía no autorizada, un libro de autoayuda o alguna de esas fascinantes revelaciones de la New Age, tendría que empezar diciendo que habla de un personaje real. Un ser humano único que, créase o no, hizo cosas muy poco comunes e imaginó otras todavía más extrañas.
A modo de presentación, bastará con repasar algunas de las circunstancias de su corta e intensa vida:
- A los diecisiete años representaba al gobierno nacionalista chino ante la Casa Blanca, y a los veintiuno ya se había ganado un doctorado.
- Organizó el primer servicio de inteligencia de los Estados Unidos, un antecedente inmediato de eso que iba a ser la CIA.
- Cuando la Segunda Guerra Mundial aún no había concluido, estuvo en un campamento guerrillero de Yenan discutiendo sobre temas de política y estrategia con Mao Zedong, Chou En-lai y otros líderes comunistas chinos.
- Todo permite creer que estuvo moderadamente loco en el tiempo en que decía haber realizado “viajes astrales” por la galaxia. Llegó a confundir a su propio psicoanalista y estuvo a punto de arrastrarlo en su delirio.
- Fue compañero de estudios de Lafayette Ronald Hubbard, el futuro creador de la polémica Iglesia de la Cienciología. Cuando nadie conocía a Hubbard, fue su primer crítico y vaticinó que llegaría a ser un dudoso líder.
- Años antes de que Ian Fleming creara a James Bond, inventó a un súper espía que nada tenía que envidiarle al legendario agente británico.
- Fue asesor de dos presidentes norteamericanos: Dwight Eisenhower y John F. Kennedy. Escribió discursos para Nelson Rockefeller, Robert Taft y Richard Nixon.
- Escudado tras un seudónimo, escribía ciencia ficción en esas revistas que desdeñaban los críticos cultos y las sembraba de claves políticas. De poder descifrarlas, allí uno hubiera descubierto a Nasser y al rey Faruk, a John F. Kennedy, Martin Luther King y hasta a Marilyn Monroe.
- En uno de esos textos escondió, tras la forma de un acróstico, sus dudas sobre el asesinato de Kennedy.
- En 1955, cuando todavía nadie era capaz de pensar en una URSS sin Stalin, habló de una Rusia pos-soviética donde habían vuelto la religión y el espiritualismo.
- En los años 60, conjeturó que en el futuro surgiría una moda cultural empeñada en recrear vestimentas, costumbres, música y arte del pasado: una nostálgica impostura que tenía algo del posmodernismo.
- En 1961, cuando las computadoras eran enormes armarios llenos de válvulas y a nadie se le ocurría imaginar los delitos informáticos, advertía que “las malas comunicaciones hacen difícil robar, las buenas promueven el robo y las perfectas lo vuelven imposible”.
- En una novela de 1964, imaginó a un jovencito que desde su ordenador hacía increíbles negocios virtuales y llegaba a adueñarse del planeta Tierra. Hoy lo llamaríamos hacker.
- Cuando la Guerra de Vietnam recién estaba comenzando, creó un personaje llamado Rambo,que se volvía loco de furia y ponía en jaque a los militares, casi como aquel otro Rambo que luego popularizaría el cine.
- Décadas antes de que la NASA acuñara el concepto de ciborg, imaginó caprichosas simbiosis de hombres y máquinas.
- Cuando aún faltaba mucho para descifrar el código genético y nadie hablaba de transgénicos, quimeras o parahumanos, escribió la epopeya de un pueblo de animales humanizados, a los que llamó subgente.
- En un cuento que escribió hace sesenta años, un ciborg se comunicaba escribiendo mensajes de texto en una pequeña pantalla (“Pr fvr qurd, ¿dónd stá l lmbr d crnch?) en un código que no sorprendería a un adolescente de hoy.
No estamos hablando de Nostradamus ni de Indiana Jones, sino de un ser de carne y hueso que anduvo por este mundo entre 1913 y 1966. Dondequiera que se encuentre ahora, quizás observe con una sonrisa nuestro interés por esas obras que tanto le divirtió crear.
Por alguna de esas misteriosas razones que deciden el éxito y el fracaso, no hubo editores que promovieran a Cordwainer Smith fuera de la ciencia ficción, el nicho cultural en el cual él mismo se había encerrado.
A más de cuatro décadas de su muerte, cuando hay tantos escritores que han caído en el olvido, sus textos no han perdido fuerza. En 1997, una encuesta de la revista Locus (1997) situó a su novela Norstrilia entre las cien mejores de todos los tiempos, con más votos que H. G. Wells y Olaf Stapledon. La SFWA (Science Fiction Writers of America) sigue recomendando sus obras y los lectores siguen votándolas.
La ciencia ficción ha contribuido a conformar el imaginario del siglo XX, aunque no haya muchos intelectuales que lo admitan. Ha llegado a conquistar cierto reconocimiento cultural sin dejar nunca de ser estigmatizada. Pero el respeto que inspira parece deberse a la magnitud del negocio editorial que alimenta y a las desmesuradas proyecciones que el cine le ha dado.
Cada vez que un escritor surgido de la ciencia ficción despierta ecos en un público más vasto, la prensa cultural lo recibe con indulgencia. Se suele proclamar el descubrimiento de un Gran Escritor que había sido injustamente exiliado (nadie sabe por quién) en esos suburbios de las letras. Con esta actitud se recuperó a H. P. Lovecraft para el esoterismo, se asimiló a Ray Bradbury a las lecturas escolares y se hizo de Isaac Asimov un avatar de Leonardo.
La otra aproximación al género es la que practican las huestes académicas, desde que descubrieron que las “literaturas marginales” podían ser un campo virgen donde cultivar proyectos de investigación. Pero toda su movilización crítica no alcanza a superar el estigma; antes bien, contribuye a reforzarlo. Los “géneros” siguen siendo tratados, implícitamente, como “subliteraturas” que apenas despiertan un interés antropológico. En el marco del multiculturalismo, los escritores “populares” merecen casi tanto respeto como las minorías.
Las cosas se complican si consideramos que el hombre que firmaba “Cordwainer Smith” tampoco era el típico galeote editorial que escribe para ganarse la vida, como pudo haber sido Philip K. Dick. Nuestro autor era un notable escritor, un hombre de refinada cultura que eligió la ciencia ficción porque la sintió más cercana a su sensibilidad. Esta circunstancia lo vuelve bastante incómodo para los taxonomistas literarios.
Cordwainer Smith no fue un autor fácil ni masivo. Ni siquiera fue muy popular en su género. Sus lectores ignoraban que sus modelos eran Dante, la Odisea, la novela china y la poesía persa, las Mil y una noches, Rimbaud, Tennyson o G. B. Shaw, y tampoco les hubiera importado demasiado. Su fama, preservada por pequeños núcleos de fieles lectores, tuvo su apogeo recién a los diez años de su muerte, cuando se convirtió en autor “de culto” en el campus universitario.
Sin embargo, basta acercarse a sus textos para descubrir a uno de los pocos autores con estilo propio que haya producido el género. Creó un mundus alter et idem, una sutil alegoría de su tiempo a la que jamás se preocupó por hacer transparente.
En los años 70, la ciencia ficción estaba en crisis y para algunos se acercaba a su fin: los Sputnik y las naves Apolo parecían estar arrebatándole su principal atractivo.
Los cuentos de Cordwainer Smith aparecían en las revistas más importantes, como Galaxy, Amazing SF, If y The Magazine of Fantasy & Science Fiction.
Cordwainer Smith no dejaba de tocar ninguno de los temas clásicos de la ciencia ficción, con resultados bastante singulares. El lector atento intuía que su inspiración venía de otra parte y que los temas genéricos eran casi un pretexto.
En esa época, los críticos tenían puestas sus esperanzas en J. G. Ballard y en el estimulante vanguardismo de los británicos1. El género daba señales de cambio y se emancipaba de muchas convenciones estériles. Intentaba acercarse a las grandes corrientes literarias y comenzaba a despertar interés en el cine comercial. Por primera vez, algunos escritores avalados por la crítica admitían haber frecuentado esa literatura “menor”.
Cordwainer Smith recibió un decisivo espaldarazo de Theodore Sturgeon, uno de los grandes del género. En 1965, cuando casi nadie sabía quién se escondía detrás de ese nombre, Sturgeon alabó en la National Review el estilo “exaltado” y “angustiado”, pero “terriblemente humorístico” de la novela The Planet Buyer. Sturgeon anunciaba que el próximo Gran Nombre en el género sería Cordwainer Smith, y se atrevía a decir que si la historia literaria del futuro lo convertía en “otro Tolkien”, no habría que sorprenderse.
Nacida en esos años, la célebre saga Duna,de Frank Herbert, anduvo cerca de plagiar sus ideas2. Duna es un mundo desértico como la Norstrilia de Cordwainer Smith, donde unos gusanos enfermos producen una droga de la inmortalidad llamada spice. En las historias de Smith las que se enferman son las ovejas y la droga se llama stroon. En Norstrilia hay Freemen y en Duna, Fremen. En ambos mundos, se prefiere volar en ornitópteros antes que en aviones.
Herbert fue un éxito comercial, de crítica y de culto, pero la influencia de Smith sería más duradera. Su poco espectacular presencia permite entender algunos de los cambios que el género emprendió en esos años, especialmente si consideramos que influyó sobre autores como Robert Silverberg y Harlan Ellison, después de haberlo hecho en Frederik Pohl, Algis Budrys y Terry Dowling. Alguna vez, Harlan Ellison lo homenajeó adoptando el seudónimo “Cordwainer Bird”. Ursula K. Le Guin confesó que se había decidido a escribir ciencia ficción después de leerlo. No es difícil descubrir ecos cordwainerianos en obras como Alas nocturnas de Silverberg, en la Trilogía de las Torres de Samuel Delany; en Roger Zelazny, su confeso admirador, en Brian M. Stableford y Richard A. Lupoff. Textos como Música lenta (1980), de James Tiptree Jr., o The Void Captain’s Tale (1983), de Norman Spinrad, se nutren de la imaginería cordwaineriana. Seguimos escuchando sus ecos en Dan Simmons, Orson Scott Card y hasta en los cyberpunks, que lo reconocieron como un maestro.
Sin embargo, como señalaba John J. Pierce, la mayoría de los escritores imitó más sus desaciertos que sus virtudes. Eso que reconocemos son imágenes que han sido desgajadas de un contexto irrepetible, para transformarlas en piezas escenográficas o guiños al lector. Casi siempre faltan el aliento épico, la dimensión ética, y el toque lúdico que conjuraban toda su magia3.
Desde el comienzo se supo que “Cordwainer Smith” era un seudónimo. Los aficionados sospechaban de Theodore Sturgeon, A. E. van Vogt y Robert Heinlein. Hasta pensaban en sus agentes literarios, Forrest J. Ackerman y Harry Altshuler.
En una escala menor, parecía reeditarse el “misterio de Bruno Traven”4.En este caso, el secreto se pudo mantener durante diez años; algo no tan fácil en el mundillo de la ciencia ficción, tan frívolo como bien informado. Frederik Pohl aseguraba que si “Smith” hubiese vivido unos años más habría terminado por presentarse en alguna convención de aficionados.
Cuando su identidad sólo era conocida por algunos escritores, “Cordwainer Smith” se dio a conocer con una llamada telefónica a Pohl. Éste le presentó a Judith Merril, por entonces la figura más brillante de la crítica, y a un conocido escritor, el lituano Algis Budrys. Pohl, Merril y “Smith” se reunieron varias veces en la casa de Budrys.
Desde su columna en The Magazine of Fantasy and Science Fiction, Judith Merril escribió que “el hombre conocido como Cordwainer Smith” era el mayor exponente de una nueva corriente que usaba la ciencia ficción para transmitir ideas filosóficas. Cordwainer Smith y Kurt Vonnegut eran los únicos autores que no se parecían a nadie. Ambos habían estado siempre en el género sin pertenecer del todo a él.
El único reportaje que “Cordwainer Smith” concedió en su vida apareció en un diario de provincia. Daba algunas pistas de su identidad –tampoco faltaban los datos falsos– e incluía una fotografía, donde apenas se podía distinguir el contorno de un rostro borrado. El epígrafe sólo decía: “el señor Smith”.5
Pese a todo este sigilo, un crítico inglés escribía: “Se rumorea que tiene un cargo muy importante en la Casa Blanca. Si es cierto, debe ser uno de los políticos más imaginativos de los Estados Unidos”6.
Apenas se conoció su muerte, Frederik Pohl reveló que “Cordwainer Smith” era Paul Myron Anthony Linebarger, profesor universitario y experto en asuntos del Lejano Oriente.
Con otros seudónimos y cierto éxito, había publicado tres novelas, pero le había bastado un solo contacto con los lectores para elegir el anonimato7. Diez años más tarde, Pohl seguiría encontrándose con diplomáticos que no conocían su obra pero lo recordaban como el profesor más brillante y “divertido” que hubieran conocido jamás8.
Leyendo su currículum, que estaba en varias obras de referencia, se hubieran descubierto otras pistas. Pero los lectores de Linebarger no eran los mismos que leían a Cordwainer Smith. Hasta aquí no había nada extraño. No era el primer académico que cultivaba alguna afición artística menor; para el caso, una literatura “de evasión”. ¿El clásico “violín de Ingres”?
Ocurría que Linebarger también había sido militar y había escrito un conocido manual de propaganda bélica. Revistaba en los servicios de inteligencia del Ejército con grado de teniente coronel y había presenciado nada menos que seis guerras.
Su carrera política no era menos notable. Ahijado del presidente chino Sun Yat-sen, había sido representante de Chiang Kai-shek y asesor de Eisenhower y J. F. Kennedy.
Para quien hubiera leído sus historias, estos datos no habrían dejado de sorprender, porque muchas de ellas cantaban la gesta de un pueblo de esclavos oprimido por un régimen tecnocrático. Lo más inquietante era que este oficial rigurosamente anticomunista le reservaba un papel protagónico a una organización revolucionaria, de la cual hacía depender nada menos que el destino de la humanidad.
Estas circunstancias invitan a poner el acento sobre su personalidad. A primera vista, sugieren toda suerte de conjeturas: una doble vida, una conducta hipócrita, una mente disociada, un conflicto de conciencia… Pero todavía faltaba algo para complicar un poco más el cuadro.
Entre los primeros libros que se escribieron para promover el psicoanálisis en los Estados Unidos, uno de los más exitosos fue La hora de cincuenta minutos, que pasaba revista a los casos más notables en la carrera del doctor Robert Lindner. Entre ellos había una curiosa historia que con el tiempo llegaría a ser lectura obligatoria para varias generaciones de estudiantes.
“El diván de propulsión a chorro: la historia de Kirk Allen” era el caso de un delirio inspirado por la ciencia ficción. Lindner aseguraba que era la historia de un paciente real, cuya identidad no podía revelar por razones de seguridad.
Hay razones para creer que el texto era un relato de la terapia a la cual se había sometido Paul Linebarger al comienzo de su carrera literaria.
Cordwainer Smith no fue su único seudónimo. Una recorrida por las obras de referencia revela tres nombres más (Anthony Bearden, Felix C. Forrest y Carmichael Smith), a los cuales luego vino a añadirse un cuarto: Karloman Jungahr.
En los Estados Unidos es bastante común que los escritores profesionales usen varios seudónimos, y no faltan aquellos que, con distintos nombres, se hacen famosos en varios campos a la vez9. Pero Paul Linebarger no era un escritor profesional sino un profesor vinculado a la política. Nunca usó más de un seudónimo a la vez y reservó su verdadero nombre para firmar las obras académicas.
Intentaremos pues aproximarnos a Cordwainer Smith por la vía de los cuatro heterónimos del profesor Linebarger. Eso nos permitirá tener una visión preliminar de su vida y también de los mecanismos de su estilo.
Karloman Jungahr
Como si anunciara cuál sería su vocación, lo primero que publicó el adolescente Linebarger fue un cuento de ficción científica.
En la única entrevista que concedió, dio a conocer el título (“La guerra Nº 81 Q”) y la trama: “una guerra donde luchan las máquinas, sin pérdida de vidas humanas”. Nikola Tesla, el rival de Edison, había anunciado que así serían las guerras del futuro.
Para la época de la entrevista había escrito una nueva versión de esa historia, que recién se conocería en manera póstuma. Pero no dejó de tenderles una trampa a los coleccionistas cuando anunció que “quien pueda hallar un ejemplar de ese cuento tendrá su premio, pues el autor aparece sin seudónimo, con su propio nombre, auténtico y registrado en el acta de nacimiento y certificado de bautismo”.
La trampa parece haber funcionado, porque hubo que esperar mucho para que el acertijo se resolviera. No fueron pocos los que buscaron en vano ese cuento, que ni siquiera figuraba en el Index de Bleiler-Dikty, el mejor catálogo de revistas de ciencia ficción de esos años.
A pocos años de la muerte de Smith, su viuda, Genevieve, conjeturaba que el cuento podía haber aparecido bajo el nombre de Anthony Bearden10. J. J. Pierce se hizo eco de esa versión en la edición definitiva de Norstrilia11 y llegó a afirmar que en ese texto ya mencionaba a la Instrumentalidad, una pieza clave del mundo de Cordwainer Smith12.
Nada de esto era cierto. En 1979, Frederik Pohl explicó que el cuento era inhallable porque no había aparecido en una revista sino en un boletín del distrito escolar de Washington, bajo el extraño seudónimo de “Karloman Jungahr”.
Por cierto, no aparecía allí el nombre de Paul Linebarger, pero el protagonista se llamaba Jack Bearden, como uno de sus primos13. Siendo Bearden su apellido materno, por cierto hubiésemos podido encontrarlo en su partida de nacimiento, como irónicamente sugería “Smith” en la entrevista.
La elección de un seudónimo tan poco previsible como Karloman Jungahr parecía anunciar el gusto por el ocultamiento, los enigmas y los acertijos verbales que caracterizarían su estilo. Jungahr Man era el nombre de un paso de montaña en la frontera entre Rusia y China. En “Karloman” pudo estar el origen de nombres como Carola, Carson, Carmichael y Cordwainer14.
Anthony Bearden
Si bien el primer cuento de Linebarger no llevaba esa firma, Anthony Bearden no dejaba de ser un nombre plausible, porque Linebarger ya lo había usado para firmar sus poemas juveniles. Los que rescató en la novela Norstrilia se los atribuyó explícitamente a “Anthony Bearden, antiguo poeta americano, A. D. 1913-1949”.
En esta fórmula combinaba su tercer nombre (Anthony) con uno de los apellidos de su madre, Lillian Bearden Kirk. Los dos primeros (Paul Myron), ya los había usado su padre.
Linebarger había nacido en 1913 y el año 1949 (la “muerte” de Anthony Bearden) parecía marcar el fin de una etapa en su vida. Solía decir que 1949 había sido para él “un año infernal”: era el año de su divorcio, cuando su personalidad entró en una seria crisis15.
Otra muestra de su estilo alusivo y elusivo, lleno de claves que a menudo sólo satisfacían su sentido del humor o hacían sonreír a un pequeño círculo de amigos.
Felix C. Forrest
A poco de concluir la Segunda Guerra Mundial, Linebarger publicó dos “novelas psicológicas” tituladas Ria y Carola, en una colección donde también estaban Louis Aragon y Howard Fast. Ambas aparecieron firmadas por Felix C. Forrest, a quien los editores presentaban como “un científico que trabaja para el gobierno” y un gran viajero.
Linebarger había pasado parte de su juventud en China. Su padrino Sun Yat-sen le había enseñado que en chino su nombre se pronunciaba “Lin Bai-lo”. En una traducción un tanto poética esta expresión podría equivaler a “Felix Candent Forest” (Floresta de la Incandescente Felicidad). Linebarger había hecho bordar esos ideogramas en sus corbatas y los tenía estampados en su tarjeta. En privado, aseguraba que “Lin Bai-lo” era la pronunciación correcta de Linebarger.
Carmichael Smith
Linebarger usó este seudónimo una sola vez, para firmar la novela de espionaje Atomsk. Fue la primera obra de ficción donde se decía que los rusos contaban con la tecnología necesaria para producir su propia bomba atómica, un tema acerca del cual Linebarger debía de estar bien informado por sus tareas de inteligencia. La novela apareció meses después de que la URSS hiciera su primer ensayo nuclear y hasta llegó a ser objeto de un virulento comentario en la prensa soviética.
“Carmichael” podría ser un homenaje a Hoagy Carmichael (1900-1982) cuya melodía “Stardust” estaba en boga por esos años.
Cordwainer Smith
En el campo de la ciencia ficción, “Cordwainer Smith” no contaba con ningún aval y tenía que ganarse al público como cualquier principiante. A nadie se le hubiera ocurrido asociar ese nombre con los de Paul Linebarger o Felix C. Forrest.
Sus cuentos eran demasiado originales para las revistas de esa época16. “Los Observadores viven en vano”, el primero de ellos, fue rechazado por casi todas las revistas del género; John W. Campbell lo hizo disculpándose por haberlo considerado “excesivo” para Astounding.
Por fin, el cuento apareció en Fantasy Book, la revista que hacían unos aficionados californianos. Curiosamente, Linebarger se había presentado a ellos con su verdadero nombre y hasta había llegado a ofrecer como referencia el Quién es Quién.
En el mismo número de la revista aparecía “Little Man in the Subway”, un cuento de Frederik Pohl e Isaac Asimov. Pohl lo recordaba con orgullo, pero Asimov parecía sentirse molesto. En su autobiografía escribió: “El cuento más largo de esta edición era ‘Los Observadores viven en vano’, escrito por un desconocido llamado Cordwainer Smith. Lo leí, y pensé que era algo muy poco común, aunque bastante deprimente. Ocurrió que años después se lo llegó a considerar un clásico, y Smith (un seudónimo) casi se convirtió en un objeto de culto…”17.
No es fácil precisar el origen de la fórmula “Cordwainer Smith”: cordwainer es el equivalente del francés cordonnier: el artesano de alta escuela que hace calzados finos de cabritilla. Smith (“herrero”) es un apellido tan común que resulta ideal para pasar inadvertido, pero aquí parece contrastar la dureza del forjador con la elegancia del artífice. En la fórmula también podría haber alguna alusión a Northwest Smith, el aventurero creado por Catherine L. Moore o al Dr. E. E. Smith, un autor entonces muy popular. Moore y Smith estaban entre las lecturas juveniles de Linebarger. Quizás hubiese otra ironía en el hecho de presentarse como un “artesano” frente al famoso “doctor”.
Un hombre y muchos nombres
¿A qué venían tantos ocultamientos? ¿Qué llevaba al profesor Linebarger, ex militar y consultor político, a escribir esas historias del remoto futuro, tan alejadas del mundo de su profesión?
Nadie diría que buscaba la popularidad o el prestigio, puesto que se ocultaba. La fama de Smith no beneficiaba a Linebarger, así como la de este no servía de nada en el mundo literario. A lo sumo, podría brindarle algún regocijo secreto.
Tampoco cabe pensar en un interés lucrativo, aunque admitía tener una buena posición. “El gerente del banco me conoce, y el sacerdote de la Iglesia de Inglaterra, también; pueden ir a ver a Mr. Greenish, mi corredor de Bolsa, y preguntarle si mi crédito es bueno. Él les dirá que todo está en orden; aquí todos saben que no soy rico, pero tengo un buen pasar18.”
Pero añadía: “Prefiero ser apreciado por un pequeño grupo selecto, antes que ser disfrutado por las multitudes vociferantes.” Nada más alejado del best seller que alguien con criterios tan aristocráticos.
Se podría pensar que su actividad literaria fuese una suerte de hobby, un desahogo que le permitiría evadirse de las tensiones de la vida profesional. Pero durante sus quince años más creativos Linebarger estuvo en terapia psicoanalítica, lo cual permite pensar que tenía donde liberar su inconsciente.
¿Habrá que ver en sus ficciones la expresión de algún conflicto de conciencia, una “tragedia americana” de orden político resuelta en la fantasía? Desde muy joven, Linebarger había estado cerca de los centros del poder. Era considerado un conservador, lo cual les basta a algunos para colgarle el sambenito de “reaccionario”. La crítica europea nunca dejó de lamentar su compromiso político, disponiendo al lector para una lectura prejuiciosa. Décadas después, y a pesar del colapso de las ideologías, el prejuicio seguía incólume.
Esta lectura superficial engendra el primer rótulo: el autor sería un hipócrita, alguien que es consciente de la injusticia, pero teme arriesgar sus privilegios.
Pero si queremos ser objetivos, tendremos que considerar los hechos que contrastan con tal interpretación. Linebarger interrumpió una brillante carrera militar al abandonar el servicio activo cuando contaba apenas cuarenta años. Entre 1962 y 1964 presidió la American Peace Society, la más antigua de las asociaciones pacifistas de los Estados Unidos. Si incluimos estos factores en la ecuación, nos veremos obligados a atenuar aquel juicio.
Pero el vocabulario ideológico ofrece otras alternativas, listas para usar y tan superficiales como la primera.
En tiempos de la Guerra de Vietnam se comenzó a hablar de “halcones” (hawks)y “palomas” (doves) para calificar las actitudes según su belicismo. En el caso de que Linebarger sólo hubiese sido militar, político o académico, y que la literatura fuera algo secundario en su vida, se podría dar cuenta de sus actitudes pacifistas cambiando el rótulo de “reaccionario” por el de “paloma”.
De este modo, tendríamos a un militar “paloma” o un “imperialista racional”, como decía Chomsky: una persona cuyo innato autoritarismo es atemperado por sentimientos religiosos o humanitarios. En lugar de un cínico, estaríamos ante un enemigo de escasa peligrosidad; hasta un aliado potencial para alguna causa progresista. Pero aún nos faltaría entender la transición de “halcón” a “paloma”.
Paul Linebarger pertenecía a una generación que vivió la Guerra de Vietnam como un drama nacional. Triunfadores en la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos sentían que el mundo admiraba y envidiaba su tecnología, su poder y sus instituciones. Habían construido un imperio sin cargar con los crímenes del colonialismo europeo. En la vanguardia del “americanismo” había más ingenieros y gerentes que generales y coroneles.
La Guerra de Vietnam no sólo fue la primera derrota de los Estados Unidos: fue cruenta, prolongada y visiblemente injusta. Por primera vez, los norteamericanos aparecieron como agresores y culpables de esos crímenes de guerra que habían condenado sus padres.
El grueso de la clase dirigente aún podía eludir las cuestiones éticas, refugiándose en el activismo más aséptico. Pero algunos de estos tecnócratas despertaban repentinamente a la realidad y sufrían espectaculares conversiones.
Los disidentes más famosos que produjo la Guerra de Vietnam fueron el doctor Spock, Daniel Ellsberg, Anthony Russo y Victor Marchetti.
En un contexto cultural menos respetuoso de la libre expresión, casos como el de Spock o Ellsberg hubieran sido incomprensibles.
Daniel Ellsberg era un tecnócrata de la Rand Corporation, un teórico de la Teoría de Juegos que comenzó a quebrarse después de pasar dos años en Vietnam. Cuando el teniente Calley fue juzgado por la célebre “masacre de Mylai” (la aniquilación de toda una aldea), la fe de Ellsberg se estaba tambaleando. Pronto se lo vio declarar como testigo de cargo ante una comisión senatorial que investigaba los crímenes de guerra. Su carrera culminó con un golpe de efecto, el día que entregó a la prensa los famosos “papeles secretos del Pentágono”.
Benjamin Spock es otro caso que no se entiende fuera de aquel contexto cultural. Pediatra de fama mundial, comenzó a militar en movimientos pacifistas durante la Guerra de Vietnam, fue detenido y desde la cárcel escribió un alegato contra la intervención militar en el sudeste asiático. Lo más notable es que seguía sosteniendo que nunca había sido pacifista, que había respaldado a la OTAN y a su gobierno en Corea y que había trabajado para la campaña de Lyndon Johnson19.
Vietnam y el asesinato de los Kennedy fueron traumas difíciles de superar. Con ellos se puso en marcha un proceso de purificación ética (el caso Watergate) y se intentó recuperar el liderazgo moral con la política de derechos humanos de Carter. La “revolución conservadora” de Reagan inició una reacción de signo opuesto que culminaría con los dos Bush y la ocupación de Irak.
Paul Linebarger no llegó a vivir el drama nacional ni la amargura del fracaso. Murió en 1966, cuando comenzaba la escalation. Faltaban dos años para que Ellsberg comenzara a dudar, para que Spock emprendiera su campaña pacifista y para que la protesta inflamara el campus universitario.
Linebarger reunía las condiciones necesarias para ser un Henry Kissinger: inteligencia, experiencia diplomática e imaginación política. Había estudiado ciencia política, psiquiatría, historia y literatura. Conocía profundamente el mundo del Extremo Oriente y había vivido de cerca su historia reciente.
Solía decir que la intervención en Vietnam era “un error20” y bien pudo haber presentido el desenlace de la guerra. Todavía no habían ocurrido los hechos que sacudirían a hombres como Spock o Ellsberg, cuando “Cordwainer Smith” ya intuía el conflicto que estaba a punto de salir a luz. Para entonces, había elaborado una vasta alegoría de su tiempo, escondiendo sus claves donde a nadie se le hubiera ocurrido buscarlas, en el inocuo envoltorio de unos cuentos de ciencia ficción.
Considerando estas circunstancias, se comprenderá por qué este ensayo pretende ser algo más que una biografía o un trabajo de crítica literaria. Si bien tendremos que movernos en el marco biobibliográfico, “Cordwainer Smith” se nos revelará como un personaje sui generis que despierta interés más allá de un determinado círculo de lectores.
Aquí consideraremos las condiciones psicológicas, los influjos literarios y el marco político tan sólo como pistas a seguir para aprehender algo tan escurridizo como es una personalidad creativa.
Un filósofo no es “especialista”, ni siquiera en filosofía. Es “generalista” por definición, y sólo pretende abrir caminos. Sin invadir el campo de los expertos, apelaré a todas las categorías que permitan formular conjeturas razonablemente fundadas. No aspiro a alcanzar conclusiones definitivas, sino sólo compartir mi interés con el lector.
Complacerse en la descripción de esas diferencias que hacen única a la personalidad suele ser estéril. No hay dos vidas iguales, pero existe una suerte de analogía existencial que nos permite comprenderlas. Sin negar la irreductible singularidad personal, se trata es de verqué es capaz de hacer una persona con las circunstancias que le han tocado en suerte.
Si llegamos a unir algunas piezas de un complejo mosaico sólo será para formular conjeturas, inevitablemente precarias y limitadas. La obra narrativa de Cordwainer Smith, los testimonios personales, las escuetas noticias biográficas de las obras de referencia21. y la reconstrucción del marco histórico de su vida ponen de manifiesto ciertas ambigüedades, no siempre superadas. Las conjeturas que formulemos a partir de estos indicios, servirán para reconstruir una vida en perspectiva personalista. Para ellas sólo pido tolerancia: esa irónica tolerancia con que seguramente las hubiera recibido Cordwainer Smith, de haber caído este libro en sus manos.
- Cfr. mis trabajos de esos años: El sentido de la ciencia ficción; Buenos Aires, Ed. Columba, 1967, y “Los herederos de Bradbury” en Criterio n° 1.621, año 1971. ↩
- Carol McGuirk (2001) sostiene que hubo influencia recíproca, pero The Planet Buyer se publicó en 1964, un año antes que Dune. ↩
- James B. Jordan (1992) sostiene que la principal diferencia se debe a que los imitadores de Smith no comparten su visión cristiana. ↩
- La identidad del autor de El tesoro de la Sierra Madre, de quien sólo se conocía una casilla de correo, alimentó durante cuarenta años las conjeturas más delirantes, que quedaron desmentidas a la hora de su muerte. ↩
- Bready, James H.: Columna “Books and Authors”, en el diario The Sun de Baltimore, del 26.9.1965. ↩
- Colvin, James: Recensión de You Will Never Be The Same en New Worlds n° 143 (1964). ↩
- Pohl (1979). ↩
- Foyster-Burns (1973). ↩
- Uno de los más renombrados fue William Fitzgerald Jenkins (1896-1975) quien escribió ciencia ficción como “Murray Leinster” mientras firmaba como “Will F. Jenkins” westerns, policiales, guiones de historieta, radio y TV, novelas del corazón y artículos de divulgación. ↩
- Marcial Souto, comunicación personal. ↩
- Pierce (1975-a). ↩
- Pierce (1975-b). ↩
- En la reescritura de 1963, el nombre del personaje había cambiado a “Jack Reardon”. ↩
- Elms (1984). ↩
- lms (1984). ↩
- Foyster (1975). ↩
- Cfr. In Memory Yet Green: The Autobiography of Isaac Asimov. 1920-1954. Garden City, New York, Doubleday 1979, pág. 586. ↩
- mith, Cordwainer: Prólogo de Space Lords. ↩
- Cfr. Spock. B.- Zimmerman, M.: El Dr. Spock habla de Vietnam, Buenos Aires, Ed. Rodolfo Alonso, 1969 (Prólogo). ↩
- Pierce (1975-a). ↩
- Cfr.Who’s Who in America. Chicago, The A. N. Marquis Co. vol.34, l966-1967, pág. 1.272. Gale, Contemporary Authors, 1966, págs. 700-701. ↩